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Testimonio de Astrid





16 años son los que me acompaña la enfermedad. 16 años sobreviviendo mi vida y no viviéndola como el resto de la humanidad. Momentos en los que la vida y la muerte estaban separados de un hilo muy fino. Momentos en los que un médico te dice sin pelos en la lengua "si sigues así, en cuestión de pocos días estás muerta". Me convertí en un ser sin voz. Una mera espectadora de la vida. Sin sentir y sin hablar... Tocar fondo es duro, pero tocarlo en repetidas ocasiones lo es más aún. Hace 9 años hice una promesa que aun intento cumplir. Salir de esta enfermedad. Caí en un bucle donde no sabía cómo salir y creí que mis oportunidades de pedir ayuda de nuevo se acabaron. Hasta que alguien te da un bofetón de realidad y te muestra que no estás bien, que las oportunidades de coger las ayudas no acaban. Entré en TITCA con miedo, acompañada de la mano de esa persona que me quiso ayudar. "Por intentarlo no pierdo nada. Total, ya he perdido 16 años" Y efectivamente, no perdí nada. Más bien gané. Me di cuenta que no estaba "tan bien" como yo pensaba que estaba, que tengo que ir sacando esas pequeñas y grandes cosas que llevo arrastrando en la mochila, que la palabra "estoy bien" puede ser real, pero bajo esas palabras albergan emociones que quizás no encajan del todo con esas palabras. Que bajo una emoción puede encontrarse otra, y otra... Que no hay emociones buenas o malas. Aprendí que tengo de cambiar de mirada a la hora de mirarme, que tengo que ser más compasiva, que tengo voz y el silencio sólo me mata por dentro un poco más. Que quizás, dentro de mí, hay más cosas buenas de las que la enfermedad usa contra mí. No han sido fáciles dar los pasos en mi camino, pero tampoco imposibles. Quizás, los pasos más complicados han sido empezar a hablar, a tener voz y entender que mis palabras valen, que la confianza ciega en mis terapeutas no es mala y que si no confío en mí, no veré la realidad. A veces pedir la ayuda y aceptar que no estamos como nosotros creemos que estamos es difícil. Nos hace sentir avergonzados por decir "algo va mal". Pero no es vergüenza la palabra, no es miedo, es valentía. Es empezar a desaprender a sobrevivir tu vida para empezar a aprender a vivirla. He vivido ya once altas desde que estoy aquí. Y puedo decir que cuando entré en Hospital de Día pensé que esto de que te dan el alta y se salía de aquí era un mito. Y no lo es. Es real, ves a la gente salir con ganas de vivir, ves a la gente saliendo de allí sin un TCA. Y espero y deseo, ser yo esa persona algún día.

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